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lunes, 25 de noviembre de 2013

COSTUMBRES, TRADICIONES, ACONTECIMIENTOS Y ANÉCDOTAS DEL PASADO RECIENTE DE PUNTAGORDA. UNA MIRADA A NUESTRAS RAICES

COSTUMBRES, TRADICIONES, ACONTECIMIENTOS Y ANÉCDOTAS DEL PASADO RECIENTE DE PUNTAGORDA. UNA MIRADA A NUESTRAS RAICES
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Revista de Estudios Generales de la Isla de La Palma, Núm. 4 (2009)
ISSN 1698-014X
Costumbres, tradiciones, acontecimientos y anécdotas del pasado reciente de Puntagorda
COSTUMBRES, TRADICIONES, ACONTECIMIENTOS
Y ANÉCDOTAS DEL PASADO RECIENTE DE PUNTAGORDA.
UNA MIRADA A NUESTRAS RAICES
Carlos Asterio Abreu Díaz - Elías Rodríguez Pérez
INTRODUCCIÓN
En este pintoresco espacio, el municipio de PUNTAGORDA (fig. 1) don-
de vivimos, trabajamos y vemos crecer a nuestros hijos y los de nuestros veci-
nos, hemos querido desarrollar y resaltar a través de la recopilación de las fuentes
orales de las personas de mas edad del municipio, la historia y anécdotas de la
gente que estuvo por aquí a principios del siglo XX. Cómo era su modo de vida,
cómo desarrollaban los diferentes aspectos de su trabajo, su día a día para po-
der sobrevivir en el medio en el que se desenvolvían; en fin, queremos hacer un
pequeño homenaje a toda esta gente puntagordera, a nuestras raíces, a nuestras
tradiciones, costumbres y anécdotas.
Puntagorda es un pequeño municipio del noroeste de la isla de La Palma
con una superficie de 31,2 Km2. Su superficie parece un triángulo isósceles con
la base en el mar y el vértice en la cumbre. Son sus linderos naturales: al nor-
te el barranco Izcagua que lo separa del municipio de Garafía, al sur el barran-
co Garome que lo separa del municipio de Tijarafe, al este la cumbre que cul-
mina en los Roques Chicos, llano La Boba y la montaña Mosquero, al oeste lo
bordea el mar atlántico desde la punta La Arena en el barranco Izcagua hasta
la baja Camariño en el barranco Garome. El municipio es, prácticamente, una
ladera que baja desde los 2.200 mt de altura, en poco más de 12 km de reco-
rrido horizontal, hasta los batientes del mar. Este municipio tiene un saliente,
a modo de golfo, que está situado más hacia el oeste que cualquier otro punto
de la geografía de la isla, por ello, Puntagorda es el último lugar donde se pone
el sol en la isla de la Palma.
Su formación geológica es la más vieja de la isla y está dominado en su
mayoría por todo tipo de rocas volcánicas. Su situación, a sotavento del alisio,
la convierte en una zona soleada y árida aunque con precipitaciones abundan-
tes, gracias a las borrascas atlánticas que la alcanzan plenamente. El pinar es el
elemento dominante del paisaje, además del fayal-brezal, a pesar que gran par-
te del bosque fue sustituido por terrenos de cultivo, siembra de almendreros,
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higueras, tuneras en zonas de costa y la viña en terrenos de monte (hasta los
1.450 mts). Hay que resaltar las grandes calvicies en el monte a causa de una
tala excesiva de los pinos en siglos pasados, para la producción de brea y car-
bón junto con los aprovechamientos madereros para uso doméstico y la indus-
tria naval en S/C de La Palma; fue la principal actividad económica en este
municipio hasta el siglo XX.
FIG. 1.—Puntagorda – Isla de La Palma.
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PUNTAGORDA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX. DESARROLLO DE LA
MUJER EN UNA SOCIEDAD RURAL
La emigración
Prácticamente, los vecinos del municipio puntagordero, no experimentaron un
cambio muy notorio en su nivel de vida hasta que comenzó la emigración ma-
siva por parte del campesinado con menos recursos económicos. En los comienzos
del siglo XX la mayoría de estas salidas fuera del municipio se dirigían a Argen-
tina y principalmente a la isla de Cuba; después de la guerra y hasta finales de
los años ’70, el destino preferido fue Venezuela, a donde se dirigieron los ca-
narios incluso desde Cuba. La ruta entre Canarias y Venezuela estaba cubierta
por varios trasatlánticos entre los que estaban Begoña y Montserrat que fueron
construidos en Baltimore como buques de carga y luego transformados por la
empresa italiana Sitmar Line en buque de pasajeros con los nombres Castelbianco
y Castell Verde antes de ser adquiridos por la Compañía Trasatlántica Española
en 1957, que los rebautizó. Estos barcos tenían unos 139 metros de eslora y 19
metros de manga.
Debido a la emigración masiva por motivos económicos, Puntagorda conta-
ba con más mujeres que hombres, así que tanto las labores del campo como las
domésticas, contaban con la presencia femenina de forma permanente; lo mis-
mo sembrar, que recoger la cosecha, que varear almendreros, que segar, que re-
coger y secar higos, que vendimiar, que pastorear, que ordeñar, que atender a los
animales, que ayudar en labores de construcción, que atender la familia y mandar
a los niños a la escuela.
FIG. 2.—Trasatlántico Begoña.
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Bodas por poder
La emigración generó, en algunos casos, que estos hombres solteros conocie-
ran a su futura compañera a través de las «bodas por poder» según las cuales, el
futuro marido que se encontraba en el extranjero, se servía de alguien que le re-
presentaba en el juzgado y luego la mujer, normalmente muy joven, viajaba
acompañada por algún conocido a reunirse con su cónyuge de quien era comple-
tamente dependiente, pues era joven, sin experiencia en la vida, sin familia, sin
amistades y al principio sin conocidos. Debido a que muchas veces no se cono-
cían personalmente, sino por referencias de sus propios familiares a través de
cartas y fotos, en más de una ocasión hubo alguna decepción por ambas partes,
pero normalmente el matrimonio iba bien.
Protagonismo de la mujer
La mujer tuvo un rol,
aunque silencioso, muy van-
guardista para la época, en las
zonas rurales; algunas formaron
pequeñas empresas individuales
o familiares para poder mante-
ner a sus hijos y ofrecerles al-
guna posibilidad de estudios,
ejemplo de ello, es la primera
panadería privada de Puntagor-
da que estaba junto a la casa de Santiago Soldado en el barrio Cuatro Caminos,
regentada por mujeres. Otro caso conocido es la panadería de Eleuterio en el
Topo, en la que trabajaban él, Marcelina que era su mujer y las cuatro hijas.
Muchas eran las mujeres
que hicieron del trueque, su
negocio; así iban desde Punta-
gorda a Garafía con mercancía
para intercambiarla allá y re-
gresaban con los sacos a la ca-
beza con coles, papas, cereales
y algún que otro «encargo»
que enviaba un familiar a otro
en el vecino municipio.
FIG. 3.—Mujeres con mercancía de intercambio.
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Una gran mayoría de estas amas de casa tenían a sus maridos en América, se
levantaban muy temprano (a las dos o tres de la madrugada) e iban caminan-
do al monte (al Reventón, al Llano de Las Ánimas) a buscar un feje de tederas
o codesos para los animales (cabras, conejos, ovejas...), que traían a la cabeza y
estaban en casa a la hora de mandar los hijos a la escuela, cuando ya la edu-
cación fue obligatoria; el trayecto entre ida y vuelta podía durar hasta cuatro ho-
ras sin perder tiempo, de modo que podía delegar, en alguna hija ya «grandi-
ta», la responsabilidad del cuidado de los hijos más pequeños hasta su regreso.
Si los hijos no estaban en edad escolar, normalmente se los llevaban consigo para
vigilarlos y mantenerlos bajo su cuidado, mientras realizaban tareas tanto en el
entorno de la casa como en el campo.
FIG. 4.—Mercedes posando con su marido José María «Rafela».
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Otra mujer ejemplar fue Mercedes, que vivía en el barrio del Pinar; hacía de
partera y según sus propias palabras había recogido más de 5.000 niños en sus
manos; tenía infinidad de fotografías que le regalaban los padres agradecidos de
su ayuda, que lo atestiguaban.
Las tareas diarias de la casa
Era natural al llegar a casa después de cualquier actividad en la huerta, ya
fuera en la costa o en el monte, que, mientras el marido se tumbaba a descan-
sar un poco, la mujer se pusiera de inmediato a hacer las tareas domésticas que
le habían quedado pendientes en la mañana antes de salir, a la vez que prepa-
raba el almuerzo para aprovechar mejor el tiempo y que la comida saliera a su
FIG. 5.—Mujer de Puntagorda en tareas propias del verano.
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hora, con la responsabilidad consabida de llamar a comer cuando la mesa estu-
viera servida; nada que decir de la cabezadita del marido o de los hijos varones
de la casa después del almuerzo, mientras la mujer, hijas o cualquier mujer que
estuviera en la casa en ese momento, se aprestaban a recoger la mesa y lavar la
loza utilizada.
La responsabilidad de atender a las personas mayores de casa recaía de for-
ma natural en las mujeres, quienes debían cuidar de sus padres, hermanos ma-
yores, familiares con discapacidad y suegros, normalmente hasta que éstos falle-
cieran con las consabidas dificultades que esta tarea entraña.
Otras tareas principales que entraban dentro de su responsabilidad, consistían
en moler el grano o llevarlo al molino o a la molina (como el molino pero meca-
nizada), hacer pan de cebada y cuando no había granos que moler, de raíces de
helechos cocidos en los hornos de leña, que había en casi todas las casas a tal
efecto, ordeñar y hacer el queso. Los tunos (fig. 5) y los higos eran muy apre-
ciados tanto frescos como para secar y comerlos acompañados de queso o gofio,
para completar la comida del cochino o complemento para las gallinas.
Con la llegada del verano, las actividades de estas mujeres se ampliaba a la
siega de pajón, secado de tederas, trillar, almacenar paja para los colchones y
almohadas, participar en las gallofas en el puesto que hiciera falta: bien en el
trabajo directo en el campo o detrás, en el fogón preparando la comida, la cual,
normalmente era de fácil elaboración: papas guisadas, arrugadas o asadas, pescado
salado guisado, mojo de cilantro o de pimienta, queso, gofio amasado, higos y
almendras.
Cuando estaba ocupada en las labores en el entorno del hogar, era su obli-
gación preparar y llevar la comida desde la casa hasta donde estuviera el mari-
do trabajando, bien fuera atendiendo la viña, dando peones... para lo cual, se
colocaba en una espuerta (cesta con dos asas que en esta zona se confeccionaba
con la varas del almendrero o mimbrera a diferencia de otros lugares en los que
se hacia con esparto o palma) o de un balayo (parecido a la espuerta pero con
cuatro asas), los cuales, se tapaban con un paño preparado a tal efecto en casa;
el mismo, iba bordado y rematado a croché; recién planchado a la usanza de en-
tonces, es decir, la plancha se calentaba sobre un pequeño brasero hecho para
tal fin al lado del cual había un trapo para limpiar el hollín. Para dar buena im-
presión, las mujeres se aseaban antes de salir e iban con la ropa y las alparga-
tas limpias pero, cuando no las tenían, pues iban descalzas.
Se formaban pequeños grupos, cuyos miembros se hacían compañía a la hora
de ir a las fuentes de los barrancos, para ir a lavar la ropa o traer baldes o ba-
rriles con agua que traían en la cabeza sobre una suegra o rodillo, que consistía
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en un trozo de tela enrollado y suficientemente grueso, de forma tal que amor-
tiguara el efecto del peso sobre la cabeza; los niños y no tan niños aprovecha-
ban estas idas a las fuentes para bañarse en las charcas de esos barrancos, aun-
que muchas veces estas salidas las hacían a escondidas, pues para ellos era una
verdadera fiesta; las mujeres también se reunían para ir a traer pasto para los
animales o salir a cuidar las cabras al barranco, como esta tarea no requiere
mucha atención, dedicaban este valioso tiempo para adelantar en el borde1.
El borde y la misa de domingo (una actividad social)
Era difícil encontrar una casa donde no hubiera alguna pieza de tela para
bordar (llamado familiarmente el borde: un mantel, un paño...pues era una for-
ma de entretenimiento, a la vez que se aprovechaban los momentos de ocio para
socializar y para generar unos ingresos adicionales. Era frecuente en las tardes,
sobre todo en las que eran muy frías, ver reunidas a las mujeres de la casa y
alguna vecina que se sumaba al grupo, haciendo una rueda, cada una con su
«borde» sobre los muslos, «jaraneando» (palabra traída por los indianos y que
usaban para hacer burla de alguien, en tono de broma o chiste) y fortalecien-
do las positivas y necesarias relaciones entre vecinos. En estas reuniones se can-
taba, se romanceaba, se hacían cuentos sobre hechos reales o ficticios, se actua-
lizaban noticias de familiares en el extranjero y se hablaba del deber de ir a misa
los domingos a la que se acudía con las mejores galas puestas; a un tiempo, las
señoras aprovechaban para verse, conversar y relajarse un poco y las hijas jóve-
nes iban para dejarse ver y dar la oportunidad a algún joven de su gusto. Los
chicos de zapato, camisa y pantalón de domingo no entraban, pues era consi-
derado como un signo de debilidad; por eso se quedaban en la plaza de la iglesia
conversando y bromeando, pero estaban muy atentos a la hora de salida de las
chicas del templo; normalmente a las once de la mañana. Durante la celebra-
ción de la misa, alguna joven sufría de un repentino ataque de tos que la obli-
gaba a salir inmediatamente hasta la puerta del templo para no perturbar la so-
lemnidad de la celebración, donde en escasos segundos, se cercioraba si fulanito
estaba por allí o por el contrario, para que él supiera que ella había acudido a
misa de diez2.
1 La información recopilada procede de fuentes orales, de vecinos del municipio de Puntagorda, Ga-
rafia y Los Llanos de Aridane.
2 La información recopilada procede de: Donatila Pérez Candelario (Tila), Ricardo Candelario Pé-
rez, María Maricel Rodríguez Pérez, Consuelo Díaz Acosta, Naudemis Rodríguez Pérez, vecinos del
municipio de Puntagorda.
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El «Corte» y la educación
De jóvenes, las mujeres acudían
al corte donde aprendían a bordar y
a confeccionar prendas de vestir, su-
pervisadas por una costurera, general-
mente una mujer joven del entorno,
pero mayor que las alumnas, que
había aprendido a su vez de la mis-
ma forma y «se le daba bien». Con
estos conocimientos, las mujeres en
casa, confeccionaban la ropa del gru-
po familiar y por esta causa, era
muy apreciado el detalle de traer de
regalo un corte de tela cuando al-
guien venía de Cuba o de Venezue-
la, el cual, en sus manos se conver-
tía hábilmente en una camisa, un
pantalón, una blusa, una falda o
cualquier pieza de ropa interior.
Cuando ya fue obligatoria la
educación, concretamente en el municipio de Puntagorda, el nivel educativo lle-
gaba hasta el tercer grado de primaria y ya a finales de la década de los ´50,
se podían aprender ciertos temas más avanzados en el «Cuarto de iniciación pro-
fesional» donde se podían hacer, incluso, unas prácticas muy rudimentarias de
soldadura con estaño que no estaban permitidas a las niñas3.
PUNTAGORDA A MEDIADOS DEL SIGLO XX
El entorno de Puntagorda
Según cuentan nuestros abuelos, era un espectáculo paisajístico ver como los
almendreros formaban, en algunos lugares, verdaderas murallas que tapizaban las
orillas de los caminos y todo envuelto en un aire limpio de característico olor,
con bandadas de grajas, mirlos, canarios «pico rombo», horneros, cuervos, cerníca-
los... y de noche el lúgubre canto de las curujas y el incansable chirriar de incon-
tables grillos que la imaginación de los niños asociaba al titilar de las estrellas.
FIG. 6.—Joven de la época en la máquina de coser corte.
3 La información recopilada procede de: Donatila Pérez Candelario (Tila), Audencio Candelario Mar-
tín, María Maricel Rodríguez Pérez y Consuelo Díaz Acosta.
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El municipio de Puntagorda no cambió su paisaje hasta finales de los ’60,
con la reciente llegada del agua de galerías de Garafia en cantidad suficiente para
cubrir las necesidades de las casas y de los cultivos. Los caminos empedrados se
transformaron en carreteras y muchas serventías y veredas se ensanchan para con-
vertirlas en roderas para facilitar el acceso a las propiedades. Testigos mudos de
esta transformación en el barrio El Pinar son, entre otros, el camino El Peral,
que parte de un peral que le da nombre en el viejo camino que va desde Los
Cuatro Caminos al Pino de la Virgen y discurre hacia la carretera general, y se
le une en forma de «Y», un ramal que va paralelo al Barranquito Hondo y llega
hasta los Cuatro Caminos con el nombre de La Caldera. Otro es el camino La
Cancela que discurre desde la carretera general hasta la montaña de Matos en
la otra vera, es decir, en el lado norte del Barranquito Hondo con varios ramales
en su recorrido como una gruesa vena que va desembocando en otras de menor
recorrido; ellos y muchos otros vieron desaparecer sus antiquísimos empedrados
bajo el moderno asfalto4.
ANÉDOTAS DE PERSONAJES DE PUNTAGORDA
Mauro León cuenta que acostumbraban a reunirse por las tardes en la venta
de León, su padre, que estaba frente a la casa de Sebastiana y separadas por el
camino La Caldera, un conocido grupo de vecinos formado por José María Co-
nejo que a la sazón era Guardia Jurao, Ciriaco, Antonio Reyes conocido como
Antonio Garafiano, Felipe Viterio y Gervasio Güevo, hijo de José Manuel Güevo
pues la venta era un buen lugar para reunirse a conversar brindándose con jí-
caras (trozos) de chocolate, un vaso de coñac o vino y acompañaban así el agra-
dable y particular ambiente del lugar, en el que se respiraba una mezcla del olor
del pan, embutidos y especias y, entre los convidados siempre había quien ame-
nizaba con alguna historia, a veces real otras imaginada.
Esta tertulia ayudaba en muchas ocasiones a pasar las horas engañando al
hambre. Este era el caso de Gervasio, que era medio poeta como la mayoría y
contaba con frecuencia a los presentes, sus sueños que eran especialmente vívidos
y llenos de detalles grandilocuentes que a todos les gustaba oír.
Anoche, decía con sus propias palabras, soñé que era general e iba al mando
de un gran ejército; se perdía de vista la cantidad de soldados a caballo con uni-
formes de gala, espadas de brillante empuñadura, todos atentos a mi voz, a mis
4 La información recopilada procede de: Donotila Pérez Candelario (Tila), Ricardo Candelario Pé-
rez, María Maricel Rodríguez Pérez, Consuelo Díaz Acosta, Naudemis Rodríguez Pérez, vecinos del
municipio de Puntagorda.
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órdenes y a mi mando. Cuando cruzábamos una inmensa pradera, divisamos del
otro lado del río legiones de hombres a pie armados de fusiles y bayonetas, con
yelmos protegiendo sus cuerpos... anoche, decía otro día, soñé que era un sul-
tán y tenía un harén de bellísimas mujeres, de cuerpos esculturales, de andar me-
nudo, de exquisita sonrisa...y todos celebraban entre risas las fantasías de sus
sueños...quién te va a creer que todas las noches tienes esos sueños, con tantos
detalles, dijo cierta vez alguien con ánimos de descalificar y contestó el hombre,
algo así como si tu tuvieras que cenar gofio con jaramagos todos los días como yo,
verías tú si soñabas o no.
Gervasio tenía una forma particular de hablar y quizá alguien podría pensar,
que tal vez hizo su contribución a la lengua castellana sin haber ido nunca a la
escuela; por ejemplo, según cuenta el autor de este relato, que es un buen imi-
tador de la forma de expresarse de las gentes, tanto en la expresión corporal
como verbal, usaba con mucha frecuencia los verbos: poder, tener y saber que con-
jugaba hábilmente en Pretérito de Subjuntivo, un tiempo verbal del que hacía
mucho uso y que en primera persona del singular sonaba más o menos así:
Real Academia
Gervasio
Si yo hubiera podido...
Se biu pudíu...
Si yo hubiera tenido...
Se biu teníu...
Si yo hubiera sabido...
Se biu supío...
También tenía frases particulares para expresar lo que sentía, valga como ejemplo:
Estoy muy disgustado... «Tengo un dolor de payo que me reviento...»
Felipe Viterio era otro vecino de Puntagorda que hablaba el mismo idioma que
Gervasio, además ambos eran aficionados a la jícora de chocolate, al coñac y al
vino; razón común que los reunía cada tarde en la venta de León.
Felipe Viterio, como tantos otros, bajaba con frecuencia al mar a pescar y era
natural pasar una o mas noches esperando los mejores momentos para las viejas
y las bogas; éstas últimas eran muy apreciadas pues su usaban como engodo para
coger morenas en el callao y mientras estaba en la faena, escuchaba por encima
de su cabeza, el graznido del TAPAGAO, un ave marina de hábitos nocturnos
que se paseaba por encima de los pescadores de Gutiérrez y los del Puerto espe-
rando restos de pescado, en cuyo graznido se adivina precisamente, la palabra
que le mereció el apodo.
También cuenta que a la sazón Paco el de Tomasa estaba enamorando con la
hija de Felipe Viterio y Natividad (hermana de Gervasio) y como las jornadas
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de trabajo las hacía muy largas, iba a visitar a la joven en cuestión, bastante tar-
de. A Felipe Viterio esta situación no le gustaba mucho, mejor dicho, no le gus-
taba nada y un día se armó de valor y le salió al que después fue su yerno di-
ciéndole algo que sonaba así: «Te vi dicho una cosa, vi viníu a enamorar más
temprano, porque yo TAPAGAOS en mi casa no vi queríu5.
Juan Candajo era otro personaje muy conocido en Puntagorda. Cualquiera
hubiera pensado que era mudo porque no le gustaba hablar, al menos no lo
hacía con cualquier persona que se cruzase con él en el camino; eran muy po-
cos aquellos que recibían respuesta a un «buenas tardes» y menos aún aquéllos
con los que se detenía a conversar; sin embargo, a las pocas personas con las que
le apetecía hablar, les dejaba entrever un grado particular de cultura, pues era
uno de los pocos vecinos de su edad, que sabían leer.
FIG. 7.—Juan Candajo, vecino de Puntagorda
5 La información recopilada procede de: Mauro León Rodríguez Díaz, vecino de Puntagorda.
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CONSTRUCCIÓN DE DEPÓSITOS HÍDRICOS
Con algunas mejoras en las herramientas (picos, palas, azadas, marrones y
cuñas entre otros), debidas a que la necesidad y la falta de recursos agudizan el
ingenio del ser humano, el difícil medio donde vivían y el aumento poblacional
obligaron a ampliar la reserva de los recursos. La gente en general, comenzó a
dejar las fuentes que siempre estaban lejos y no eran suficientes para abastecer
las necesidades hídricas, por ello, a lo largo del siglo XX, se intensificó la cons-
trucción de aljibes y estanques para satisfacer las necesidades de agua de la casa
y poder incrementar el número de animales domésticos como cabras, ovejas, va-
cas, cochinos, conejos y gallinas para que, además del consumo propio, fuera
posible conseguir algunos ingresos extra; así en lugar de llevarlos a las fuentes
en unos casos o llevar el agua a cuestas en odres o «falos», en otros, se les daba
de beber en el dornajo colocado a tal efecto en la orilla, cuando no, en una
pared de la misma aljibe.
Ya construida la aljibe el siguiente problema era llenarla. La lluvia era gene-
rosa y abundante (algunos años) así que cuando iba a llover, todos en casa to-
maban la precaución de colocar machos de agua o surcos labrados en el suelo,
complementado con hileras de piedras en el camino para desviar el curso de la
corriente, taponando los huecos entre ellas con sacos y trapos viejos.
Un buen año de lluvia llenaba la aljibe hasta «el embornal», si no, había que
traer el agua desde el pozo de la costa que aunque era salobre servía para lavar
la loza y la ropa, pues las fuentes en los veranos largos se secaban.
La gente más adinerada usaba bestias para acarrear los odres o los garrafones
con el agua, el resto tenía que hacerlo a hombros o en la cabeza para lo cual
se servían de pequeños envases de lata de los que venían con el aceite, pues cuan-
do quedaban vacíos eran fáciles de transportar debido a su tamaño; también se
usaban odres de piel o garrafones con este propósito6.
CONOCEDORES DEL TIEMPO
Los puntagorderos, como buenos campesinos, tradicionalmente han sido bue-
nos observadores y por ello, buenos conocedores del tiempo; analizando la luna
y algunos fenómenos atmosféricos como el tipo de nubes que cubría la cumbre
o la costa en determinados momentos del año, la orientación de las nubes, la
aparición de celajes... sabían si iba a haber tiempo propicio para las cosechas de
papas, verduras, cereales...
6 La información recopilada procede de fuentes orales de vecinos del municipio de Puntagorda, Ga-
rafia y Los Llanos de Aridane.
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De manera que cuando se preveía buen tiempo, se sembraban principalmente
papas, desde el mes de septiembre y se podían recoger dos cosechas hasta mar-
zo y si se aprovechaba la frescura y la humedad del suelo hasta una tercera,
siempre que fuera en zonas altas o en los frescales de los barrancos, de modo,
que si era un buen año se podía recoger cantidad suficiente, para el consumo
propio, para la semilla de la próxima cosecha y para vender. Aún hoy se obser-
van limoneros y naranjeros del país abandonados en el fondo del barranco de
Izcagua, indicando que alguien sembraba allí otros productos en esas épocas que
se pierden hacia atrás en el tiempo.
EL CURANDERO
Nuestros vecinos creían en el mal de ojo y se curaban visitando al curandero
o curandera que con rezos poco conocidos, aplicando la señal de la cruz al afec-
tado en varias partes del cuerpo y con mucha fe por ambas partes lograban con-
trolar el mal.
También eran conocidos por los puntagorderos otros remedios mágicos; por
ejemplo, para curar la carne abierta causada por el esfuerzo al tratar de levantar
objetos pesados, el curandero cosía un paño al tiempo que hacía unos rezos se-
cretos en presencia del afectado y con la infalible ayuda de la mucha fe, el afec-
tado mejoraba en un par de días7.
ESTRUCTURA SOCIAL
Como en muchos otros sitios, Puntagorda estaba dividida en ricos y pobres;
a lo sumo un par de familias eran dueñas de las fuentes de trabajo y los nego-
cios y el resto eran personas con muy pocos ingresos, pocas propiedades donde
conseguir la comida de la familia y aún si las tuvieran, la falta de agua, lo ha-
cía inviable. Esa circunstancia generaba una gran injusticia social; por ejemplo,
la jornada de trabajo tenía el mismo precio en invierno que en verano y como
era de sol a sol, es decir, desde la salida hasta la puesta del sol, en el verano eso
se traduce en muchas horas de trabajo.
Hay anécdotas tenebrosas que dejan claro que las diferencias sociales eran
abismales, como por ejemplo, se cuenta que Lorenzo Rodríguez Pérez, que era
un niño vecino del El Pinar, un día le llevaron a la bodega de los Venteros (fa-
milia muy influyente en el municipio) en La Traviesa por debajo del Reventón
7 La información procede de Ruperto Manuel Acosta Díaz y Marcelo Sanfiel, vecinos del municipio
de Puntagorda y Los Llanos de Aridane.
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de Puntagorda, pues, como era pequeño, podía entrar con facilidad a remover
las «madres» de una pipa. Al agitarse, los vapores del alcohol hicieron perder
sentido al niño, que sufrió un desmayo.
Entre la ignorancia y el susto lo sacaron, pensando que estaba muerto. A fin
de que no interviniera guardia civil y sus padres temiendo represalias laborales,
lo enterraron ese mismo día. Se cuenta que tiempo después al abrir el cajón se
encontró que el niño se había dado vuelta y había signos de arañazos en la tapa
del ataúd8.
FIESTAS Y CORTEJOS
El isleño estaba preparado, aunque normalmente no por las buenas para so-
brevivir en un medio difícil, corren años duros en el pasado de Puntagorda hasta
donde se pierde la memoria, por eso era necesario esquematizar el año y adap-
tar las tareas para la subsistencia a sus cuatro estaciones.
Cabe destacar que, a pesar de las privaciones, la juventud, como en todas
las épocas, era alegre y fiestera; cuenta León, vecino de Puntagorda, que tuvo en
sus años mozos un romance con una joven en Franceses y que en varias ocasio-
8 Información recopilada de: Ángela Rodríguez Pérez (Lita, hermana del niño Lorenzo)
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nes salió de alguna fiesta después que el sol y volvía caminando hasta Puntagorda
y empataba la jornada de trabajo hasta el final del día. Ese es un caso particu-
lar aunque frecuente entre la gente joven que ilustra el comportamiento juvenil
de la época, es decir, fiestas por una parte y el trabajo duro por la otra.
El sistema de trabajo más utilizado era la gallofa, se organizaban hombres y
mujeres en grupos aparte, para ayudarse unos a otros a modo de trueque, ya que
escaseaba el dinero con que pagar y se pagaba con el mismo trabajo, donde todos
salían beneficiados: vendimia, recogida de almendras, siembra de papas, segado
de pajón y la trilla del grano entre muchas otras. Normalmente, después de la
jornada de trabajo, la juventud echaba mano de alguna guitarra o acordeón; con
eso y la alegría de vivir que se lleva por dentro, bastaba para hacer animadas
reuniones bailables, mismas que servían de ocasión para la proximidad física y
el cortejo. Cabe destacar, que las visitas de los pretendientes a la casa de las jóve-
nes no estaban bien vistas hasta el momento en que el candidato hablara con los
padres formalizando así la relación y era entonces cuando se le fijaban los días de
visita, que por regla general eran los domingos y alguna vez también los martes;
el resto del tiempo las hijas estaban muy controladas por sus padres. Los noviaz-
gos duraban alrededor de un año y la edad de las mujeres casaderas iba desde
los catorce hasta los diecisiete en un elevado número de casos9.
9 Información recopilada de: Francisca Celia Pérez Cáceres, Agapita Rodríguez Pérez (Nela), Domin-
ga Rodríguez Pérez, Eugenia Pérez Martín Francisco López Rodríguez, Ruperto Manuel Acosta Díaz,
vecinos de los municipios de Puntagorda y Los Llanos de Aridane.
FIG. 8.—Fiesta de carnavales en Los Cuatro Caminos.
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ISSN 1698-014X
Costumbres, tradiciones, acontecimientos y anécdotas del pasado reciente de Puntagorda
ANÉCDOTAS DEL INVIERNO
El invierno, esa estación que ahora, románticamente, nos muestra la televisión
con una casita de cuya chimenea sale una espiral de humo, con luces que res-
plandecen a través de las ventanas, la nieve cayendo fuera mansamente y todos
respirando un plácido y relajante aire familiar sin nada que ir buscar más allá de
la puerta de salida, no tiene nada que ver con la realidad de esos tiempos idos.
El invierno del pasado siglo era temido por su inclemencia; ni la gente, ni
las casas estaban preparadas para el crudo invierno, valga decir que contra la lluvia
era frecuente el uso de un saco con forma de cucurucho sobre la cabeza y que a
su vez caía sobre la espalda.
Era obligatorio salir a buscar la comida de los animales todos los días, por eso
se enfundaban en sus alpargatas de tela y con la «podona» y una buena soga se
echaban al monte en busca de tagasastes, tederas, hinojos y cualquier cosa ver-
de que les sirviera de alimento. Al amanecer, la hierba se veía cubierta de una
capa blanca del rocío que se había helado y que delataba la temperatura a la que
iban a quedar las manos ya que los pies la habían alcanzado antes pues las pan-
tuflas ya se habían mojado completamente. A la hora de apretar la soga alrede-
dor del feje la situación se ponía difícil, pues los dedos a punto de congelación
se agarrotan y no dejan cerrar las manos para hacer fuerza al tirar de la soga.
Por eso era tan apreciado el fogón de la cocina para reunirse a conversar al lle-
gar del campo o mientras se estaba en casa.
Se cuenta que cierta vez dos vecinas del Topo fueron al monte a buscar co-
mida para las cabras y después de estar un rato entre la hierba mojada, podo-
na en mano, una de ellas de nombre Concha que vivía en el Topo del Drago,
comenzó a tiritar y a botar espuma por la boca; la otra compañera de nombre
Teresa al verla en ese estado se percató del estado de hipotermia y se acercó co-
rriendo a unos vecinos que estaban trabajando cerca, les pidió un vasito de vino
y les explicó rápidamente la situación; después de beber este remedio santo para
disfrazar la sensación de frío, Teresa le frotó las manos hasta que se recuperó y
como si nada hubiera pasado las mujeres cogieron sus respectivos fejes de taga-
sastes y tiraron para su casa como cualquier día normal de trabajo.
La tarea de ir a buscar pasto para los animales era de cumplimiento obliga-
do durante todo el año en todas las casas, pues era necesario criar algunas ca-
bras para poder disponer de leche y queso, conejos y las gallinas que se alimen-
taban con los restos de la comida de la casa que consistía en conchas de papas,
vainas de habas, sobras del potaje...entre otras cosas y así se podía contar con
huevos y carne además de la de cerdo, tan reconfortante en los días de frío;
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prácticamente, en la totalidad de las casas se criaban uno o dos cochinos y la
parte que no era indispensable consumir de inmediato se salaba y se guardaba
en barricas destinadas a tal fin y esa carne se usaba para preparar los potajes a
base de trigo, verduras y algo del tocino guardado. La carne que no se podía
almacenar, se comía asada el mismo día de la matazón para la cual se organiza-
ba una reunión entre familiares y algunos vecinos, quienes ayudaban a descuar-
tizar el cerdo y preparar el tocino para salar y a hacer las apreciadas morcillas.
Se tenía por costumbre llevar a los vecinos, un trozo pequeño, como un pin-
cho, de hila asada. Se enviaba por una persona de confianza o por uno de los
muchachos de la casa10.
La información suministrada en esta narración se ha obtenido de las consul-
tas a:
FUENTES ORALES:
• CANDELARIO MARTÍN; Audencio (Godo); 79 años.
• RODRIGUEZ PÉREZ; Agapita (Nela) 84 años.
• PÉREZ PÉREZ; Dominga; 84 años.
• CANDELARIO PÉREZ; Ricardo; 80 años.
• RODRÍGUEZ PÉREZ, María Maricel; 68 años.
• PEREZ CANDELARIO, Donatila; 79 años.
• PÉREZ MARTÍN, Eugenia; 86 años.
• CANDELARIO MARTÍN, Adrián; 75 años.
• PÉREZ CÁCERES, Francisca Celia; 86 años.
• SANFIEL, Marcelo; 79 años.
• DIAZ ACOSTA, Consuelo, 89 años.
• RODRIGUEZ DÍAZ, Mauro León; 57 años.
• RODRIGUEZ PÉREZ, María Naudemis; 64 años.
Todos ellos vecinos del municipio de Puntagorda.
• LEAL RODRÍGUEZ, Juan; 90 años.
Vecino del municipio de Garafía.
• LÓPEZ RODRÍGUEZ, Francisco; 96 años.
• ACOSTA DÍAZ, Ruperto Manuel; 88 años.
• RIVEROL GONZÁLEZ, Tomás Santiago; 68 años.
Vecinos del municipio los Llanos de Aridane.
10 La información recopilada procede de fuentes orales de vecinos de los municipios de Puntagorda,
Garafia y Los Llanos de Aridane.

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