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martes, 5 de noviembre de 2013

(446) José Francisco Ramos Gómez

(446) José Francisco Ramos Gómez

EL INDIVIDUALISMO NO PUEDE SER CARISMÁTICO

En este capítulo Pablo exhorta a la comunidad de Roma a mantener la difícil unidad dentro de la diversidad.

La primera condición para ello es la «actitud sacrificial» del cristiano. «Sacrificio vivo» sería la existencia humana que, conectada con la muerte de Cristo, es una víctima sacrificial que siempre puede ser presentada ante Dios según el ritual judío, o sea, siempre viva (cfr. Heb 9, 11-14): «un culto consciente y responsable».

Cuando Pablo aconseja a los cristianos a que «no se conformen con este mundo», se refiere al hombre-en-sí, al hombre-carne; sus contornos son limitados y más allá, de ellos sólo hay frustración total. Precisamente «este mundo» es una expresión que implica de suyo anquilosamiento y renuncia al futuro; por eso, añade inmediatamente: «dejad que una mentalidad nueva os vaya transformando». La «metamorfosis», que aporta el Espíritu, es literalmente un «ir más allá» (“metâ”) de la «morfé», de la realidad existencial del hombre-carne.

La exhortación a traspasar las fronteras estrechas de «este mundo» no supone un ataque masivo y anárquico, sino todo lo contrario: un avance táctico, perfectamente organizado. Esta es la labor de la Iglesia como cuerpo de Cristo. Cada miembro de la Iglesia debe tener conciencia de los límites de su función específica, sabiendo que el plan es comunitario. No se trata de guerrillas anárquicas e individuales, sino de una lucha común llevada con la mayor lucidez estratégica posible. A lo largo de la historia del cristianismo, ha sido el individualismo pretendidamente carismático el que ha frenado los mejores impulsos renovadores de valientes militantes.

Pablo da unos consejos dotados de un admirable equilibrio dialéctico.
La comunidad es como un cuerpo, en donde los miembros ejercen diversas funciones. La buena salud resultará si las funciones realizan aquello para lo que están y si todas ellas tienen la visión de conjunto. No hay nadie en la comunidad que la represente en forma total: «Cada uno es solamente un miembro respecto a los otros».

Ello implica consecuencias muy concretas. Por ejemplo: a) La predicación ha de realizarse teniendo en cuenta a la Comunidad de creyentes: no hay predicación a priori; es necesario tener en cuenta el mundo en el que se está, ya que el Evangelio es una buena noticia muy concreta e inmediata.

b) El servicio tiene que ser eso: servicio y no abuso de los demás. Cuando ciertos dirigentes eclesiales se autodenominan «siervos de la comunidad» desde el trono inaccesible de una arrogancia institucional, están fallando en algo muy esencial.

e) La enseñanza tiene que ser pedagógica, sin salir de los límites asignados. No puede convertirse en reclamo o imposición.

En definitiva: «Que vuestra caridad no sea una farsa». Ya en tiempo de Pablo las comunidades cristianas habían caído en la tentación de los «seudo».

Pero quizá lo más saliente en la exhortación paulina sea aquello de «tened igualdad de trato unos con otros: no tengáis muchas pretensiones, sino andad al paso con la gente humilde. La igualdad de trato implica un fuerte subrayado sobre el aspecto horizontal de la comunidad cristiana. Desgraciadamente, los sociólogos han tenido razón al aplicar el «materialismo histórico» a la misma conducta de los superiores eclesiales: las bendiciones y los anatemas han tenido frecuentemente un sorprendente paralelismo con las situaciones de prosperidad y con las coyunturas de adversidad, respectivamente.

Pero la comunidad, además, debe procurar mucho la imagen pública de sí misma: «Procurad la buena reputación entre la gente». La proclamación de un mensaje tan incordiante como el Evangelio exige de los predicadores no sólo ser buenos, sino parecerlo.

Finalmente, la comunidad cristiana no debería iniciar una enemistad con nadie. Eso sí, «en cuanto sea posible», ya que a veces la fidelidad al Evangelio obliga a deteriorar el «orden constituido».

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