CARTAS A LAS IGLESIAS DE VIANA Y LYON SOBRE EL MARTIRIO DE POTINO, OBISPO Y OTROS MUCHOS FIELES

12 de mayo de 2012 a la(s) 20:06
B) CARTA DE LAS IGLESIAS DE VIENA Y LYON SOBRE EL MARTIRIO DE POTINO, OBISPO Y OTROS MUCHOS FIELES.
1. Los siervos de Cristo que habitan en Viena y Lyon en las Galias, a sus hermanos de Asia y Frigia, que participan de nuestra fe y nuestra esperanza en la redención, paz, gracia y gloria por el Padre y Nuestro Señor Jesucristo. Nadie podía explicar, ni nosotros describir, la grandeza de las tribulaciones que los bienaventurados mártires han padecido, ni la rabia y furor de los gentiles contra los santos. Nuestro adversario reunió todas sus fuerzas contra nosotros, y en sus designios de perdernos, ha ido con cautela haciéndonos sentir al principio algunas señales de odio. No dejó piedra por mover, sugiriendo a sus satélites toda clase de medios contra los siervos del Señor; llegó a tal extremo que ni en las casas ni en los baños, ni aun en el foro, se toleraba nuestra presencia; en ningún lugar nos podíamos presentar.
2. La gracia de Dios nos asistió contra el demonio; ella fortaleció a los más débiles y les hizo fuertes como columnas, que resistieron a todos los empujes del enemigo. Estos, sorprendidos de improviso, soportaron toda suerte de ultrajes y tormentos que a otros hubieran parecido demasiado largos y dolorosos, pero a ellos les parecían ligeros y suaves: tal era su deseo de unirse con Cristo. Nos mostraron con su ejemplo que no hay comparación entre los dolores de esta vida y la gloria que en la otra hemos de poseer. En primer lugar, hubieron de sufrir todos los insultos y vejaciones que el pueblo en masa les prodigó, gritos, golpes, detenciones, confiscaciones de bienes, lapidaciones y, por fin, la cárcel; en suma, cuanto un pueblo furioso suele prodigar a sus víctimas. Todo fue soportado con admirable constancia. Los que habían sido arrestados fueron conducidos al foro por el tribuno y los duunviros de la ciudad, e interrogados ante el pueblo. Todos confesaron su fe y fueron encarcelados hasta el regreso del legado imperial.
3. A su vuelta fueron llevados a su presencia, y como tratase con extrema dureza a los nuestros, Vecio Epágato, uno de nuestros hermanos que asistía al interrogatorio, tan encendido en el amor de Dios como en el del prójimo, y que desde muy joven había merecido los elogios que el anciano como Zacarías, por su vida austera y perfecta, caminando con firmeza por las vías del Señor, impaciente de hacerse de algún modo útil, no pudo sufrir tan manifiesta iniquidad, y lleno del celo de Dios pidió para si la defensa de los acusados, comprometiéndose a probar que no merecían la acusación de ateísmo e impiedad. Los que rodeaban el tribunal exclamaron a voces contra él. El legado rehusó su demanda, por más justificada que fuera, y le preguntó simplemente si era cristiano: "Sí", respondió él con voz clara y resuelta; y fue agregado al número de mártires. "Ved ahí al abogado de los cristianos", dijo el presidente con ironía. Pero Vecio tenía dentro de sí al abogado por excelencia, al Espíritu Santo, en mayor abundancia aún que Zacarías, puesto que le inspiró entregarse a si propio en defensa de sus hermanos. Fue y es genuino discípulo de Cristo, y sigue al Cordero por doquiera que va.
4. Desde aquel momento, también los demás confesores comenzaron a distinguirse. Los primeros mártires confesaron su fe con todo denuedo y alegría de ánimo. Entonces también se conocieron los que no estaban tan fuertes y preparados para tan furioso ataque. De éstos, diez apostataron, lo que nos produjo gran pena, y fue causa de abundantes lágrimas, porque con su conducta atemorizaron a otros muchos, que quedaron libres, los cuales, a costa de innumerables peligros, asistieron a los que habían confesado su fe. Por aquellos días todos éramos presa de un gran temor y sobresalto por el éxito incierto de la confesión de la fe, más bien que por temor a los tormentos que se nos daban, por el de las apostasías. Cada día nuevos arrestos venían a llenar los vacíos dejados por las defecciones, y muy pronto los más preclaros de los miembros de las dos iglesias, sus fundadores, estuvieron encarcelados. También lo fueron algunos siervos nuestros aunque eran gentiles, porque la orden de arresto del procónsul nos englobaba a todos. Estos desgraciados, incitados por el demonio, aterrorizados por los tormentos que veían padecer a los fieles, y movidos a ello por los soldados, declararon que infanticidios, banquetes de carne humana, incestos y otros crímenes, que no se pueden nombrar, ni aun imaginar, ni es posible que jamás hombre alguno haya cometido, eran cometidos por nosotros los cristianos. Estas calumnias, esparcidas entre el vulgo, conmovieron de tal manera los ánimos contra nosotros, que aun aquellos que hasta entonces, por razones de parentesco, se habían mostrado moderados, se enardecieron contra nosotros. Entonces se cumplió lo que dijo el Señor: "Llegará un día en que aquellos que os quiten la vida crean hacer una obra agradable a Dios". Desde aquellos días los mártires santísimos sufrieron tales torturas, que ni explicarse pueden, con las cuales Satán pretendía hacerles confesarse reos de los crímenes de que se los acusaba.
5. Se cebó de un modo particular el furor del pueblo, del presidente y de los soldados sobre el diácono de Viena, Santos, sobre Maturo neófito, pero, a pesar de ello, valiente atleta de Cristo, sobre Atalo, originario de Pérgamo, apoyo y columna de nuestra iglesia sobre Blandina, en la cual demostró Cristo que lo que a los ojos de los hombres es vil, ignominioso y despreciable, es para Dios de gran estima, en razón del amor demostrado a El y de la fortaleza en confesarle; porque Dios aprecia las cosas como en sí son, no las apariencias. Todos temíamos, y en particular la que había sido su señora (también se encontraba entre los mártires), que aquel cuerpo tan diminuto y débil no podría confesar la fe hasta el fin; pero fue tal la fortaleza de Blandina, que los verdugos que se relevaban unos a otros desde la mañana hasta la noche, después de aplicarla todos los tormentos, tuvieron que desistir, rendidos de fatiga. Agotados todos sus recursos, se confesaron vencidos, admirándose de que aun quedase con vida después de tener todo el cuerpo desgarrado y deshecho por los tormentos, llegando a confesar que una sola de las torturas hubiera bastado para causarla la muerte, cuanto más todas ellas. A pesar de todo, ella, como un fuerte atleta, renovaba sus fuerzas confesando la fe. Y pronunciando estas palabras: "Soy cristiana" y "Nosotros no hacemos maldad alguna", parecía descansar y cobrar nuevos ánimos olvidándose del dolor presente.
6. También Santos, habiendo experimentado en su cuerpo todos los tormentos que el ingenio humano pudo imaginar, y cuando esperaban sus verdugos que a fuerza de torturas conseguirían hacerle confesar algún crimen, estuvo tan constante y firme que no dijo su nombre ni el de su nación, ni el de su ciudad, ni aun si era siervo o libre, sino que a todas las preguntas respondía en latín: "Soy cristiano, esto era para él su nombre, su patria y su raza, y los gentiles no pudieron hacerle pronunciar otras palabras. Por todo lo cual se encendió contra él de un modo especial la ira y furor del presidente y de los verdugos; hasta tal punto, que no quedándoles ya más lugar en que atormentarle, le aplicaron láminas de bronce ardiendo sobre las partes más sensibles del cuerpo. Mientras sus miembros se abrasaban, él permanecía firme e inconmovible en su confesión, porque estaba bañado y fortificado por las aguas de vida que manan del cuerpo de Cristo. El cuerpo mismo del mártir atestiguaba claramente lo que había sufrido, porque todo él era una llaga, contraído y retorcido, de tal forma que ni la figura de hombre conservaba. En el cual, padeciendo el mismo Cristo, obraba grandes milagros, derrotando por completo al enemigo y dando ejemplo a los demás fieles, de que donde reina la caridad del Padre no hay nada que temer, porque el dolor se cambia en gloria para Cristo. Pasados algunos días, aquellos malvados volvieron a atormentar al mártir, creyendo que si reiteraban los tormentos sobre las llagas sangrientas e hinchadas saldrían vencedores, porque en tal estado hasta el solo tocarlas con la mano produciría un dolor insoportable Al menos esperaban que si morían en los tormentos, los demás se intimidarían. Nada de esto ocurrió, porque contra lo que todos esperaban, el cuerpo de repente recobró su vigor y antigua hermosura, de tal modo que el segundo tormento más bien fue para él un refrigerio que una pena.
7. Bibliada era una mujer de aquellas que habían renegado de Cristo, el diablo, creyéndola ya suya, y queriéndola hacer responsable de un nuevo crimen, el de blasfemia, la condujo al tormento, esperando que como antes se había mostrado débil y remisa, ahora conseguiría de ella hacerla confesar nuestros crímenes. Pero ella lo rehusó, aunque la aplicaron el tormento, y recapacitando y como despertando de un profundo sueño, los tormentos que tenía presentes la hicieron pensar en los del infierno. Y dijo a sus verdugos: "¿Cómo creéis vosotros que unos hombres a quienes está prohibido comer carne de animales han de comerse a los niños?". Desde aquel momento se confesó cristiana y fue contada entre el número de los mártires.
8. Como todos los tormentos inventados por los tiranos fuesen superados por la constancia que Cristo concedió a sus confesores, el diablo inventó nuevos modos de tormentos. Se los encerró en oscurísimos y muy incómodos calabozos, con los pies metidos en cepos y estirados hasta la quinta clavija, además de todos los inventos de nuevos suplicios que los crueles carceleros, inspirados por el demonio, imaginaron para dar tormento a sus víctimas. A tal extremo llegaron que muchos perecieron asfixiados en las cárceles. Dios, que en todas las cosas muestra su gloria, les había reservado tal género de muerte. Otros que habían sido tan atrozmente martirizados que ni imaginarse podía, quedaron con vida, aunque se les hubieran aplicado todos los remedios, continuaron en la cárcel, destituidos de auxilio humano, pero confortados por el Señor, firmes espiritual y corporalmente, los cuales enardecían y consolaban a los demás. Otros que habían sido apresados posteriormente y que no estaban tan acostumbrados a los tormentos, no pudiendo soportar los padecimientos de la cárcel, expiraron en ella.
9. El bienaventurado Potino, obispo de la iglesia de Lyon, más que nonagenario, y con el cuerpo tan débil que apenas retenía en sí el espíritu, recobró nuevos bríos ante la inminencia del martirio, también fue conducido al tribunal. Su cuerpo, débil por la edad, y además enfermo, encerraba un alma dispuesta a triunfar por Cristo. Fue llevado al tribunal por los soldados, acompañándole los magistrados de la ciudad y una muchedumbre inmensa, que le aclamaba a voces como si él fuera el mismo Cristo. Ante el tribunal dió egregio testimonio de su fe. Preguntado por el presidente cuál era el Dios de los cristianos, respondió: "Si eres digno le conocerás". Luego, sin respeto alguno, fue arrastrado y cubierto de heridas, porque los que estaban cercanos a él le dieron de patadas y puñetazos, sin el menor respeto a sus canas. Los que estaban más lejos le arrojaron cuanto les vino a las manos: todos ellos se hubieran creído reos de un gran crimen si no le hubieran atormentado cuando pudieron. Así creían vengar la injuria de sus dioses. En aquel estado fue llevado a la cárcel donde expiró a los dos días.
10. Entonces brilló de un modo particular la providencia divina, y se manifestó la inmensa misericordia de Jesucristo en un hecho que a nosotros nos parece raro, pero muy propio de la sabiduría y bondad de Cristo. Todos aquellos hermanos que habían sido apresados cuando la primera orden de detención y que habían renegado la fe, fueron encarcelados lo mismo que los que la habían confesado, y sufrían las mismas penalidades que los mártires. Nada les valió su apostasía. Aquellos que se confesaron cristianos fueron encarcelados como tales, y no se les imputó otro crimen. En cambio, a los otros se les encarcelaba como a homicidas y hombres criminales, y sufrían doble tormento que los demás. Porque a los verdaderos mártires les consolaba y daba ánimo el gozo del martirio, la esperanza de la gloria y el amor a Jesucristo y del Espíritu del Padre. Por el contrario, a los renegados les remordía su conciencia, tanto que con sólo mirarlos a la cara se les conocía y se les distinguía de los demás. Los verdaderos mártires andaban alegres, reflejándose en sus caras una cierta majestad y nobleza, de modo que las cadenas para ellos eran un adorno, que aumentaba su hermosura, como la de una desposada vestida de su traje de boda. A los apóstatas se les veía con la cabeza baja, sucios, mal vestidos, cubiertos de ignominia hasta para los mismos gentiles, que despreciaba su cobardía y los trataban como a asesinos confesos por su propio testimonio. Habían perdido el glorioso y salutífero nombre de cristianos. Todo esto era un gran estímulo para los confesores de la fe que lo veían. Cuando después eran apedreados algunos otros, en seguida confesaban la fe para no caer en la tentación de cambiar de propósito.
11. Más tarde se dividió a los mártires por grupos, según el género de martirio: de esta suerte los gloriosos confesores presentaron al Padre una corona tejida de flores de diversos colores. Era justo que aquellos valientes luchadores que habían tenido tantos combates y tantos triunfos, recibieran la corona de la inmortalidad. Maturo, Santos, Blandina y Atalo fueron condenados a las bestias en el anfiteatro, para dar un público espectáculo de inhumanidad gentilicia a costa de los cristianos. Maturo y Santos de nuevo soportaron en el anfiteatro toda la serie de los tormentos como si antes nada hubieran sufrido; o, mejor dicho, como atletas que, superados la mayor parte de los obstáculos, luchan por conseguir la corona. De nuevo debieron padecer los mismos suplicios; las varas, los mordiscos de las fieras que los arrastraban por la arena y todo lo que el vulgo furioso pedía a gritos. Al fin las parrillas al rojo, sobre las cuales se asaban las carnes de los mártires, despidiendo olor intolerable, que se extendía por todo el anfiteatro. Ni esto bastó para calmar aquellos instintos sanguinarios, muy al contrario, aumentó su furor con el deseo de vencer la constancia de los mártires. A Santos no consiguieron hacerle pronunciar otra palabra que aquella que había repetido desde el principio: "Soy cristiano". Por fin, después de tan horrible martirio, como aún respirasen, habían mandado que los degollasen. Aquel día ellos dieron el espectáculo al mundo en lugar de los variados juegos de los gladiadores. Blandina fue expuesta a las fieras suspendida en un poste. Atada a él en forma de cruz, constantemente estuvo haciendo oración a Dios con lo cual esforzaba el valor de los demás mártires, los cuales, en la persona de la hermana, veían con sus propios ojos la imagen de aquel que murió crucificado por su salvación, y para demostrar a los que creyeran en El que todo aquel que padeciera por la gloria de Cristo había de ser partícipe con Dios. No atacando ninguna fiera el cuerpo de la mártir, fue depuesta del madero y encerrada en la cárcel, reservándola para un nuevo combate. Vencido el enemigo en todas estas escaramuzas, la derrota de la tortuosa serpiente sería inevitable y segura, y con su ejemplo estimularía el valor de los hermanos. Puesto que aunque de por sí era delicada y despreciable, revestida de la fortaleza del invicto atleta Cristo, triunfaría repetidas veces del enemigo y conseguiría, en glorioso combate una corona inmarcesible. El populacho pidió a grandes voces el suplicio de Atalo, porque era de familia noble; él se presentó al combate con la conciencia tranquila por haber obrado con rectitud. Porque estaba bien impuesto en la doctrina del cristianismo y siempre había sido entre nosotros un fiel testigo de la verdad. Paseáronle por el anfiteatro, y delante de él era llevada una tabla, sobre la cual se había escrito en latín: "Este es Atalo, el cristiano", lo cual fue motivo para que los espectadores se enardecieran más contra él. Cuando el legado se dió cuenta de que era ciudadano romano, mandó que fuera de nuevo conducido a la cárcel con todos los demás. Luego consultó al Cesar sobre lo que había de hacerse con los encarcelados, y esperó su respuesta.
12. Esta tregua no fue infructuosa y sin provecho, porque gracias a la indulgencia de los confesores se reveló la inmensa misericordia de Cristo; los miembros de la iglesia que habían perecido, con la ayuda y solicitud de los miembros vivos, fueron devueltos a la vida, y con gran gozo de la iglesia virgen y madre, volvieron a su seno sanos y salvos aquellos hijos abortivos que ella había arrojado. Por mediación de los mártires santísimos aquellos otros que habían apostatado la fe volvieron a la iglesia y fueron como concebidos de nuevo, y animados de nuevo con calor vital aprendían a confesar la fe. Cuando estuvieron ya devueltos a la vida y confortados por la misericordia de Dios, que no quiere la muerte del pecador, sino más bien que se arrepienta y viva por segunda vez, se presentaron al tribunal para ser interrogados por el legado; porque ya éste había recibido un rescripto del emperador, según el cual los que perseveraran en la confesión de la fe debían ser decapitados, y los que renegasen absueltos y puestos en libertad. El día de la gran feria, que se celebra entre nosotros, y a la que acuden mercaderes de todas las provincias, el legado mandó comparecer a los mártires ante su tribunal, intentando dar al pueblo una especie de función teatral. En el nuevo interrogatorio todos los que eran ciudadanos romanos fueron condenados a la pena capital y los demás a ser expuestos a las fieras.
13. Aquello fue un triunfo para Cristo; todos los que antes habían negado la fe, entonces la confesaron con gran valentía contra todo lo que esperaban los gentiles. Se los interrogó aparte de los demás, creyendo que renegarían la fe y serían puestos en libertad; pero como confesaron, fueron agregados al grupo de los mártires. Sólo quedaron fuera aquellos en cuyas almas no había ni rastro de fe, ni respeto por el traje del Bautismo, ni traza de temor de Dios; hijos de perdición, que con su manera de vivir infamaban la religión que profesaban. Todos los otros fueron incorporados a la Iglesia. Cuando éstos eran interrogados, Alejandro, frigio de nación, y de profesión médico, quien ya hacía muchos años que moraba en las Galias, y a quien todos conocían por su gran amor de Dios y su celo por predicar la fe (porque en él habitaba la gracia de la predicación), se hallaba junto al tribunal y animaba con gestos y ademanes a los confesores. Pero el populacho, irritado ya porque los que habían apostado confesaban de nuevo la fe, comenzó a vociferar contra Alejandro, acusándole de ser el causante de tal retractación. Instando el presidente, le preguntó quien era. Como contestase que era cristiano, irritado el juez le condenó a las fieras. Al día siguiente fue echado a ellas junto con Atalo, porque el legado no quiso oponerse a las reclamaciones del pueblo. Ambos, después de pasar por todos los tormentos inventados por el odio contra los cristianos, después de un magnífico combate, fueron degollados. Alejandro en todo el tiempo que duró el martirio no pronunció una palabra ni exhaló un gemido, sino que estuvo abstraído en Dios. Atalo por su parte, al ser tostado en una parrilla, como exhalase muy mal olor su cuerpo, habló de esta manera al pueblo "Esto que estáis haciendo, esto es comerse a los hombres; nosotros ni nos comemos a los hombres, ni hacemos mal ninguno". Y como los gentiles le preguntasen por el nombre de Dios, contestó: "Dios no tiene un nombre como nosotros los mortales".
14. Después de todos éstos, el último día de los espectáculos de nuevo tocó la vez a Blandina, con el joven de quince años Póntico. Los dos en días anteriores habían sido introducidos para que vieran como eran atormentados los demás. Fueron varias veces incitados a jurar por los dioses de los gentiles, pero como permaneciesen firmes en su propósito y se burlasen de ellos, esto les atrajo de tal modo las iras del populacho, que no tuvieron consideración alguna con la tierna edad del uno y la debilidad del sexo de la otra. Experimentaron en ellos toda clase de torturas y vejaciones para conseguir hacerlos jurar por los dioses, pero todo inútil. Todos los espectadores se daban cuenta de que las exhortaciones de la hermana eran las que sostenían al joven, que finalmente después de sufrir con gran ánimo los tormentos expiró. Ya sólo quedaba Blandina, que como una madre había animado a sus hijos al combate, y había hecho que todos la precedieran vencedores delante del rey, siguiéndoles a todos ella por el sangriento sendero que habían trazado, gozosa de su próximo triunfo, como quien ha sido convidado a un banquete nupcial, no como un condenado a las bestias. Después de tolerar los azotes, después de ser arrastrada por las fieras, después de las parrillas ardientes, fue envuelta en una red y expuesta a un toro bravo, el cual la lanzó repetidas veces por los aires pero ella no sintió nada: tan abstraída estaba en la esperanza de los bienes futuros y en su íntima unión con Cristo. Al fin la degollaron. Los mismos gentiles llegaron a confesar que nunca entre ellos se había visto a una mujer padecer tantos tormentos.
15. Ni con todo esto llegó a calmarse el furor y saña de los gentiles contra los cristianos. Aquellas gentes, bárbaras y feroces exacerbadas más aún por la rabia de la bestia cruel, no eran fáciles de aplacar. Su saña se cebó en los cuerpos de los mártires. La vergüenza de su derrota no les hacía humillarse, parecían no tener ni sentimientos ni razón humana. La rabia y furor del delegado y del pueblo crecían como los de una fiera, por más que no hubiera motivo alguno para odiarnos de aquel modo. Así se cumplía la escritura, que dice: "El malvado que se pervierta más aún, y el justo, justifíquese más". Los cuerpos de los que habían muerto asfixiados en la cárcel fueron arrojados a los perros, poniendo guardia de día y de noche para que no pudiéramos recogerlos y sepultarlos. Lo que perdonaron las fieras y el fuego, trozos desgarrados, miembros tostados y carbonizados, cabezas truncadas, cuerpos mutilados, todo ello quedó durante muchos días insepulto, con una escolta militar para guardarlo. Y aún había quienes se enfurecían y rechinaban los dientes contra los muertos, y hubieran querido les aplicasen más refinados tormentos. Otros se reían y los insultaban, dando gloria y exaltando a los dioses por las penas que habían hecho padecer a los mártires. Algunos otros, un poco más humanos, y que aparentaban tenernos compasión, también nos escarnecían diciendo: "¿ Dónde está su Dios?. ¿Y qué les ha aprovechado su religión por la cual han dado sus vidas?". Esta era la actitud de los gentiles para con nosotros. Por nuestra parte el dolor era muy grande por no poder sepultar los cadáveres. Porque ni de noche, ni a fuerza de dinero, ni con súplicas, pudimos doblegar sus voluntades; al contrario, ponían todo su empeño en custodiar los cadáveres como si de ello se les siguiera un gran beneficio.
16. Así, pues, los cuerpos de los mártires fueron objeto de toda suerte de ultrajes durante los seis días que estuvieron expuestos; luego se les quemó y redujo a cenizas, y éstas arrojadas a la corriente del Ródano, para que no quedara ni rastro de ellas. Con esto creían hacerse superiores a Dios y privar a los mártires de la resurrección. "De este modo, decían ellos, no les quedará ninguna esperanza de resucitar, confiados en la cual han introducido esta nueva religión, y sufren alegres los más atroces tormentos, despreciando la misma muerte. Ahora veremos si resucitan y si su Dios les puede auxiliar y librarlos de nuestras manos".
17. Aquellos que tanto se habían esforzado por imitar a Cristo, "que teniendo la naturaleza divina nada usurpó a Dios al hacerse igual a El", y que después de haber sido elevados a tanta gloria y de haber tolerado no uno que otro, sino tantos géneros de suplicios, que sabían lo que eran las fieras y la cárcel, que aun conservaban las llagas de las quemaduras y tenían los cuerpos cubiertos de cicatrices; aquellos hombres, pues, no osaban llamarse mártires, ni permitían que se lo llamaran. Si algunos de nosotros, por escrito o de palabra, se atrevía a llamárselo, le reprendían con severidad. Tal título de mártir sólo lo daban a Cristo, testigo verdadero y fiel, primogénito de los muertos y principio y autor de la vida divina. También concedían este título a aquellos que habían muerto en la confesión de la fe. "Ellos ya son mártires, decían, porque Cristo ha recibido su confesión y la ha sellado como con su anillo. Nosotros sólo somos pobres y humildes confesores". Y con lágrimas en los ojos nos rogaban pidiéramos al Señor que también ellos pudieran un día alcanzar tan gran fin. Realmente mostraban tener valor verdaderamente de mártires al responder con tanta libertad y confianza a los gentiles, dando muestras de gran temple de alma. Rehusaban el nombre de mártires que les daban los hermanos, poseídos como estaban de temor de Dios, y se humillaban bajo su poderosa mano que tan alto les había elevado. A todos excusaban y no condenaba a nadie. A todos perdonaban y a nadie acusaban. Aun por aquellos por quienes tan cruelmente habían sido atormentados hacían oración al Señor, y a imitación de Esteban decían: "Señor, no les inculpéis este pecado". Y si El oraba por los que le apedreaban, ¿ con cuánta mayor razón hemos de creer que lo haría por los hermanos?. La mayor lucha la hubieron de librar contra el demonio, movidos de ardiente y sincera caridad para con los hermanos, porque pisando el cuello de la antigua serpiente, la obligaron a restituir la presa que se disponía a devorar. Respecto de los caídos, no obraron con altanería y desdén; al contrario, les prodigaban cuantos favores podían, mostrándoles un amor maternal, derramando ante el Señor abundantes lágrimas para alcanzarles la salvación. Pidieron al Señor la vida, y se la concedió, y ellos, a su vez, se la comunicaron a sus prójimos. En todo salieron victoriosos. Amaron la paz y nos la recomendaron, y en paz fueron a la presencia de Dios. No fueron ni causa de dolor para la madre, ni de discordia para los hermanos, sino que a todos dejaron como herencia la alegría, la concordia y el amor.
18. Alcibíades, uno de los mártires, llevaba una vida dura y mortificada, vivía sólo de pan y agua. Como en la cárcel quisiera seguir el mismo régimen, después de ser expuestos por primera vez en el anfiteatro, le fue revelado a Atalo que Alcibíades no obraba bien en no querer usar de las criaturas de Dios, y porque era ocasión de escándalo para los demás. Al punto obedeció Alcibíades, y en adelante usó sin distinción de todos los alimentos, dando gracias al Señor. La gracia divina no dejó de asistirlos, siendo su guía y consejero el Espíritu Santo.
Palabras Clave.
Dolor: Experiencia sensitiva y emocional desagradable asociada con una lesión real o potencial de un tejido.
Sufrimiento: Paciencia, conformidad, tolerancia con que se sufre una cosa. Padecimiento, dolor, pena.
Vicario: Que tiene las veces, poder y facultades de otro o le sustituye.
Notas y Textos.
Actas selectas de los mártires. Ed. Apostolado Mariano. C/ Recaredo 44, 41003 Sevilla. 1991.
Biblia Latinoamericana. Verbo Divino. 1989. España.
Cardenal Carlo María Martini, Arzobispo de Milán. Habéis perseverado en mis pruebas: Meditaciones sobre Job. Edizioni Piemme S.p.A. (Italia) en 1989, traducido al español por EDICEP C.B. Valencia (España) en 1990.
Daniel Rops. La Iglesia de los Apóstoles y los Mártires (1992). Ediciones Palabra. Madrid (España). La versión original de este libro apareció con el título: L´Église des Apôtres et des Martyrs. Librairie Arthème Fayard.
James Bridge. Transcrito por Douglas J. Potter (Dedicado al Sagrado Corazón de Jesucristo. Traducido por José Luis Anastasio). The Catholic Encyclopedia, Volume I Copyright © 1907 by Robert Appleton Company Online Edition Copyright © 1999 by Kevin Knight. Enciclopedia Católica Copyright © ACI-PRENSA.
Josef Weismayer. Facultad de Teología de la Universidad de Viena (Austria). Título original ¨Leben in Fülle¨, en Verlaganstalt Tyrolia, Innsbruck, 1983; y ¨Vida Cristiana en plenitud¨, por Promoción Popular Cristiana (PPC) en la Colección Pastoral Aplicada, Madrid, 1990.
XXIX Videoconferencia Teológica Internacional, que tiene por tema: "El martirio y los nuevos mártires". Prefectura de la Congregación para el Clero - S. Em. Revma. Cardenal Darío Castrillón Hoyos (Ciudad del Vaticano, 28 mayo 2004): Roma: Jean Galot, Bruno Forte, Antonio Miralles y Paolo Scarafoni; Manila: José Vidamor Yu; Taiwán: Louis Aldrich; Johannesburgo: Graham Rose; Bogotá: Prof. Silvio Cajiao; Sydney: Julian Porteous; Moscú: Ivan Kowalewsky
PSICOLOGÍA DEL MARTIRIO ( II )
Los mártires cristianos del s. XX en la II Guerra Mundial.
Un estudio basado en la XXIX Videoconferencia Teológica Internacional, que tiene por tema: "El martirio y los nuevos mártires". Prefectura de la Congregación para el Clero - S. Em. Revma. Cardenal Darío Castrillón Hoyos (Ciudad del Vaticano, 28 mayo 2004): Regensburgo: Gerhard Ludwig Müller; Madrid: Alfonso Carrasco Rouco;...
La dirección de este trabajo de docencia e investigación a cargo del sacerdote y escritor español Padre Jesuita Jorge Loring, S.I. con la colaboración especial del Presidente de la sección de Suicidología de la Asociación Cubana de Psiquiatría, el Prof. y Dr. Sergio Andrés Pérez Barrero, fundador de la sección de Suicidología de la Asociación Mundial de Psiquiatría (AMP).
Autores: José María Amenós Vidal. Psicólogo Clínico y Social por la Universidad Central de Barcelona (España). Miembro Fundador y Administrador de la FPC. Marcelo Alejandro Correa. Agente Pastoral de Salud, impulsor y promotor de grupos de prevención del suicidio en Argentina, y de duelo por suicidio en la Asociación Civil Estaciones del Alma (ACEDA) de Bahía Blanca.
Fundación Psicología y Cristianismo (FPC). Comunidad de Psicólogos Cristianos. c/ Museo, 26 - 1º 1ª. D.P. 08912. Badalona (Barcelona). España. e-mail: psicologiaycristianismo@catholic.org URL: http://classroom.catholic.org/YCVFPC
Indice.
Resumen. Introducción. La teoría psicológica de Carl Albrecht. La vida ascética y mística. Cap. I. El caso de la Guerra Civil Española. Cap. II. La II G.M. (1939 - 1945): a) S.S. el Papa Pío XII y Monseñor Hugh Joseph O´Flaherty. b) Paul Louis Landsberg y los mártires del s. XX. Apéndice. Una crónica de la ocupación de Roma. Palabras Clave. Bibliografía. Agradecimientos.
Resumen.
El Prof. y Dr. Sergio Andrés Pérez Barrero, médico y psiquiatra, fundador de la sección de suicidología de la Asociación Mundial de Psiquiatría y asesor de la Organización Mundial de la Salud para la prevención del suicidio, afirma que ambos estados, ascetismo y martirio, son a su juicio estados superiores, no así sus equivalentes psicopatológicos.
Esos suicidios crónicos donde quedan incluidos el martirio y el ascetismo, fueron aportados por la teoría psicológica del suicidio y estos casos en específico por Karl Menninger.
En relación con la objeción propuesta, la explicación sobre la discusión con K. Menninger, tiene como objetivo resaltar la importancia que merece el concepto de vida ascética y mística en la teoría psicológica de Carl Albrecht.
A propósito de la distinción entre el concepto de suicidio, martirio y ascetismo, para aclarar la confusión existente al respecto entre los profesionales de la psiquiatría y salud mental, podemos decir que alegar razones de terminología médica, para justificar que el ascetismo y el martirio en base al concepto psiquiátrico y patológico, sean considerados suicidios crónicos, es un error doctrinal, no solo de fe, sino también de las bases que sustentan el conocimiento doctrinario psicológico y/o psiquiátrico.
Introducción.
Cuando glosando se refiere ascetismo, para calificar una conducta de aislamiento emocional, personal, social, intelectual, ... se debería encontrar un término que no sacrificara una tradición que basa su origen etimológico, en el significado de esfuerzo, superación, entrenamiento ... para soportar los suplicios, que son todo lo contrario a lo que califica la ciencia médica en confrontación con el significado auténtico que lo ampara y describe. Por tanto, sería más correcto cambiar este primer término por uno más adecuado a lo referido, el más lógico es deprivación.
En cuanto, al tema del martirio, consideremos que calificar este concepto de suicidio crónico, contiene una grave confusión, puesto que no podemos aplicar a este término el verdadero significado del martirio que es la entrega por unos valores que se defienden a costa de perder la propia vida, sería más correcto hablar de autoinmolación cuando el lenguaje psiquiátrico refiere el sacrificio, entendido en el sentido de homicidio inflingido en uno mismo.
La cronicidad tiene que ver con una conducta o una tendencia en este caso autodestructiva que transcurre en un largo tiempo, y no tiene que ver con los vocablos de martirio, o ascetismo ... no son su equivalente psicopatológico, porque en un lapso de tiempo el mártir en un acto sacramental de vida ascética que tiene que ver con un estilo de vida y no de conducta autodestructiva es sacrificado contra la voluntad de su inexorable destino.
Es tan claro el error y tan contundente, que sorprende en una autoridad como K. Menninger, fundador de uno de los centros mas importantes de humanización de la psiquiatría en EE.UU.
Analizando lo sucedido, que el martirio sea considerado un suicidio crónico, y que K. Menninger opine de esa forma, sea o no a través de un traductor que se abría referido en los términos que conocemos, lo emplearon mal llamando mártires y ascetas a los suicidas crónicos, cuando estos últimos son por definición unos homicidas.
Por eso nos opondremos hasta sus últimas consecuencias como cristianos a las falsas concepciones sincretistas, a la idea de que los mártires son suicidas, o de que el martirio es un suicidio, puesto que los mártires serán siempre víctimas que por definición nunca serán victimarios como los suicidas.
La escalada paradójica hacia estados superiores nos llevan a deducir que el asceta y mártir no son homicidas, y por tanto no son el equivalente psicopatológico del suicida que es un homicida. En definitiva, el ascetismo y el martirio no son un suicidio sino todo lo contrario.
A nuestro modo de entender la cuestión, si K. Menninger cuando se refiere al suicida pretendía describir el estado de un ser humano sufriente que es víctima del suplicio de un martirio y que por esta razón pone fin a su vida, en cuanto se convierte en el victimario homicida ya no podemos hablar de martirio sino de suicidio, y precisamente es en el ascetismo donde encontraría el apoyo necesario que necesita para superar el dolor y sufrimiento.
La conclusión es que un mártir nunca será un suicida, puesto que en el martirio el rol de víctima no es equiparable al de su victimario, y en el suicidio si lo es porque se identifican. Así pues, sostenemos la tesis de que el martirio es el antónimo del suicidio, por razón de que la víctima encarna la figura contraria a la del victimario homicida, y que el ascetismo es la ayuda que requiere para soportar su sacrificio (ver Palabras Clave).
Si bien, entendemos como observa el Prof. Marcelo Alejandro Correa, que mártir es un término con raiz católica que tiene miles de años de historia en nuestra Iglesia. Por esta razón, el martirio se soporta con una esperanza mayor, sobrenatural, que el ascetismo alimenta en su sufrimiento.
Les animamos a defender nuestra posición totalmente contraria a las bases que sustenta la teoría psicológica del suicidio de K. Menninger en cuanto a lo que se refiere al ascetismo y el martirio.
La teoría psicológica de Carl Albrecht. La vida ascética y mística.
Sobre la cuestión del mundo terrenal y la vida eterna, pueden recuperar algunos pasajes sobre todo en lo concerniente a San Buenaventura, doctor de la Iglesia, y gran teólogo franciscano, y que hace referencia al ¨itinerario del alma hacia Dios¨, su obra cumbre sobre la materia en cuestión.
A este propósito, sirve clarificar el concepto de vida ascética, esfuerzo, superación y entrenamiento del alma para desprenderse de lo material, y entrar en contacto con la dimensión divina (¨cognitio dei experimentalis¨), característica que destaca en los mártires de la Iglesia, y que define el modo en que han tenido que superar los suplicios a los que se han visto sometidos necesariamente a través de una experiencia mística y de íntima unión con Dios.
Para más información consultar la Conferencia: Psicología Cristiana. Principios fundamentales de la tradición judeo-cristiana y greco-romana en la Religión y Filosofía, presentada en la categoría de ética en el V CVP - Interpsiquis 2004.
Cap. I. El caso de la Guerra Civil Española.
Nunca más se podrán olvidar la vida y la muerte de cuantos se opusieron con su sangre, entre 1933 y 1945, al régimen republicano en España anuncio de la eclosión de las persecuciones del movimiento nacionalsocialista en Alemania, la violencia, la represión y el crimen que costaron la vida a millones de personas, la Iglesia y la fe se convirtieron en objetivo del terror.
La historia precedente a la guerra civil española, particularmente los hechos sucedidos durante la revolución de 1934, junto con el inicio de una destrucción sistemática de la Iglesia desde los primeros días de la guerra civil, han permitido llegar a la conclusión de la existencia entonces de programas políticos destinados a conseguir la desaparición de la Iglesia de la nueva sociedad española.
Muchos sufrieron y murieron dedicando sus últimas palabras a Cristo Rey, único verdadero Señor, en contraposición con las pretensiones de ideologías y poderes políticos totalitarios, presentes entonces en Europa y que, en España, en formas comunistas o anarquistas, pretendieron someter sus conciencias y hacerles blasfemar de Dios y negar a Jesucristo.
El primer año de la guerra, comenzada en julio de 1936, se convirtió así en un periodo de persecución absolutamente extraordinaria, en que se buscó la muerte de aquellas personas que eran el sostén de la Iglesia y, por tanto, en primer lugar, del clero; pero donde murieron también muchos religiosos y fieles laicos, particularmente aquellos que se habían significado en movimientos o actuaciones apostólicas católicas.
Durante la persecución religiosa muchos sacerdotes fueron asesinados por haber sido sorprendidos en el ejercicio de su ministerio, por no haber querido abandonar al rebaño que se les había confiado.
Las cifras globales de los muertos por el odium fidei en la guerra civil española no se conocen con exactitud. Es posible, en cambio, conocer las cifras referentes al clero y a los religiosos: al menos 4184 asesinados del clero secular, incluidos seminaristas, doce obispos y un administrador apostólico, 2365 religiosos y 283 religiosas. Así, por ejemplo, en la diócesis de Barbastro de 140 sacerdotes quedaron 17; en Madrid murió el 30% del clero, en Toledo el 48%. En Valencia se destruyeron total o parcialmente 2300 templos, en Barcelona quedaron dañados todos menos diez, etc...
(Extracto de la conferencia magistral de Alfonso Carrasco Rouco - Facultad de Teología "San Dámaso" (Madrid) en la XXIX Videoconferencia Teológica Internacional : "El martirio y los nuevos mártires". Congregación para el Clero; Ciudad del Vaticano, 28 mayo 2004).
Cap. II. La II G.M. (1939 - 1945) :
a) S.S. el Papa Pío XII y Monseñor Hugh Joseph O´Flaherty.
El Cardenal Eugenio Pacelli fue coronado Papa el 12 de marzo de 1939, con el nombre de S.S. Pío XII. En los meses que siguieron, no se cansaría de prevenir al mundo sobre el peligro de una guerra, ni escatimó esfuerzos para evitar que se extendiera. Sin embargo, estallaría en el mes de septiembre, y el Estado Vaticano, con un escaso medio Km2 de extensión se mantuvo neutral, haciendo de él un lugar de asilo para cuantas personas pudiera, construyó refugios antiaéreos, cámaras acorazadas, decretaría el toque de queda con la prohibición de encender luces de noche, y estableció una red clandestina de agentes por toda Europa, que se encargaba de recabar información sobre prisioneros de guerra, refugiados y evadidos, ocupándose de ello el Santo Oficio.
La historia real de Monseñor Hugh Joseph O´Flaherty, ¨Primo Notario¨ del organismo más estricto y poderoso de la Santa Sede, el Santo Oficio o Congregación para la Doctrina de la Fe, condecorado por Italia, Canadá y Australia, y por el Congreso Norteamericano con la Medalla de la Libertad, nombrado Comendador del Imperio Británico, y convertido en Cardenal por el Estado Vaticano, que organizó un sistema de eficacia increíble y extraoficialmente, con el fin de esconder y lograr que escaparan de una muerte segura miles de personas sin hacer distinción de raza, sexo, edad, nacionalidad o creencia religiosa, que eran perseguidas indiscriminadamente por el IIIer. Reich alemán durante la triste y penosa IIª Guerra Mundial.
El 15 de agosto de 1944, Israele Zoller, su nombre y apellido original, manifestaría por primera vez y confidencialmente al rector de la Universidad Pontificia Gregoriana de Roma, el Padre Paolo Dezza S.I. que llegaría a ser cardenal, su intención de hacerse cristiano. La gratitud del gran rabino de Roma hacia el Santo Padre Pío XII, por salvar a miles de judios y su propia vida, y su estrecha relación en el Vaticano durante la II G.M. decidieron al Dr. Eugenio Zolli convertirse al catolicismo, culminando con el mismo nombre propio del Sumo Pontífice, Cardenal Eugenio Pacelli, y en la pila bautismal de la capilla de la Iglesia Santa María de los Angeles, el 13 de febrero 1945, su adhesión a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana; su esposa Emma, añadió a su nombre María por la Iglesia en que ambos se bautizaron el mismo día.
Las parroquias y conventos de Roma acogieron a miles de judíos durante la II G.M., arriesgando su vida a pesar de la persecución. A partir de 1943, cuando los nazis lanzaron su objetivo de exterminio del pueblo judío en Italia, 155 parroquias y decenas de conventos salvaron a 4.447 judíos. Así lo revela una lista realizada en 1945 por el padre Beato Ambord, documento histórico que fue hecho público el martes, 26 de septiembre de 2003, en una conferencia organizada en Roma por la Coordinación de historiadores religiosos. En el simposio se constató que la obra de ayuda de la Iglesia en realidad fue mucho más amplia. De hecho, se ha confirmado que al menos 7 casas de religiosas y 9 congregaciones religiosas no aparecen en la lista de instituciones que acogieron a judíos perseguidos.
b) Paul Louis Landsberg y los mártires del s. XX.
No hay que profanar el ¨Sagrado Santuario¨ que alberga el camposanto de los mártires cristianos que revivieron la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, dando su Testimonio de Fe, no hay amor más grande, y siempre nos recuerdan que debemos respetar y proteger la vida humana, son dignos herederos de una incuestionable inocencia que no debe ser juzgada con voces hirientes que acusan y ofenden su eterno descanso, el tiempo les hará justicia. No les olvidaremos.
In Memoriam.
Junto a los miles de víctimas sin nombre y de los mártires por Cristo y por la Iglesia se yerguen personajes cuyos nombres se han convertido para todos en ejemplo: Alfred Delp, Padre Maximiliano Kolbe, Rupert Mayer, Edith Stein, Hermann Joseph Wehrle, Domprediger Maier, Paul Louis Landsberg, ... Todos ellos acabaron en la mira de sus verdugos por su propia fe y por su entrega incondicional a Jesucristo.
El Padre Rupert Mayer: "Enfermo gravemente a consecuencia de una herida recibida durante la guerra en el momento en que administraba el viático, se opuso abierta y valerosamente contra quienes atropellaron los derechos de la Iglesia y de la libertad, y por ello sufrió las atrocidades del campo de concentración y exterminio".
Dietrich Bonhoeffer, teólogo mártir en los campos de concentración nazis, en la Navidad de 1943 compuso una plegaria para otros presos, conocida con el nombre de "la oración de la mañana": "Estoy solo, pero tu no me abandonas; estoy asustado, pero junto a ti tengo auxilio, estoy inquieto pero junto a ti está la paz; …no entiendo tus caminos, pero tú conoces mi camino" ("Resistenza e resa" a cura di A. Gallas, Ed. Paoline, Cinisello Balsamo, año 1988, p. 238).
Maximiliano María Kolbe (1894 - 1941), fraile conventual, confesor y mártir...nacido en 1894 en Lódz (Polonia), fundador de la ¨Milicia de María Inmaculada¨en Roma (1917), ordenado sacerdote en 1918, fundador de la ¨Ciudad de Inmaculada¨ en Niepokalanów (Polonia) y en Mugenzai-No-Sono (Japón). El 14 de agosto de 1941, murió en un barracón del ¨Campo de concentración y exterminio de Auschwitz¨, tras salvar la vida de un padre de familia que iba a ocupar su lugar, víctima de una eutanasia contra su voluntad, por inyección letal, hambre y sed. Es beatificado por Pablo VI el 17 de Octubre de 1971, y proclamado Santo por Juan Pablo II, el 10 de Octubre de 1982...
Réquiem in Pace.
Paul Louis Landsberg (1901-1944). Fue profesor de la Universidad de Bonn. Su lucha contra el nazismo le obligaría a huir de Alemania unos días antes de la subida de Hitler al poder. Tras dos años impartiendo la docencia en Madrid y Barcelona se instalará en Francia, donde se vincula al movimiento Espirit en 1936 fundado por Emmanuel Mounier. Fue amigo y discípulo de Max Scheler y, como él, cristiano. Deportado en 1943 por su origen judío, murió de extenuación en el campo de concentración de Oraniemburg en 1944.
Nuestro amigo Paul, ya tocó el límite en carne propia de lo que la vida le da o le quita. En el papel borrador de su escritorio se leía con prolijidad y perplejidad: " En mi camino arenoso no encuentro flores. De vez en cuando encuentro pequeñas piedras blancas".
A decir verdad, la vida de Paul está en el punto máximo que un ser humano pueda tolerar. Ya esta era la segunda vez que escapaba de un país que le era adverso a sus ideales. Él o su persona eran una amenaza para la seguridad del país donde estaba. Pero ya no toleraba más sentirse perseguido las veinticuatro horas. Sobrellevaba su vida con desesperación, ya que si lo atrapaban sería primero el camino de la tortura, luego el de los trabajos forzados, puede que luego de un pelotón de fusilamiento y toda clase de humillaciones que un ser humano nunca podría tolerar.
En el bolsillo interior de su saco tenía un frasco de veneno, fruto de pactos con colegas de lucha que sería usado en caso de ser descubierto para no declarar al Führer, al nazismo que lo buscaba por cielo y tierra.
Este frío viernes en Paris lo encerró como en un navío, solo, en el mar de su habitación. Entre lecturas, recuerdos y encontrar un hilo conductor que lo ayudara a hilar el futuro.
El frasquito convivía con él, como un pasaporte, un salvoconducto para salirse de escena para evitar lo peor. Muchos filósofos, hombres de letras y amigos de lucha contra el régimen lo tuvieron que usar. Paul lo analizaba como que no tenían otra alternativa y así lo justificaba. Aún siendo católico no alababa la conducta suicida, pero si lo tenía como recaudo en el interior del bolsillo de su saco. Después de huir de Franco, ya estaba más que harto de esconderse desde el año 34, cuatro días antes que el Führer asumiera el poder total en Alemania. Abandonó la Universidad de Boon y se refugió en España, todo un cambio terrible. Él tenía por arma su pluma, su escudo era el estratégico cambio de residencia y su salvoconducto el frasco en su bolsillo.
Esta noche cavilaba sobre la terrible noticia de la muerte de su amigo Marx, que los nazis lo habían llevado a Polonia y murió en la cámara de gas. Se decía:
"Que personal es la muerte, me marca como un hierro candente sobre mi corazón, es como una explosión que hace estallar en mil pedazos los esquemas sobre mis creencias y preconceptos, poniéndome a prueba por la experiencia en mi piel de su muerte y exaltando por la amenaza de la desesperanza que esta noticia secreta manifiesta en mí".
El tenía la certeza de que Jesús lo comprendía, es más, pensaba que Jesús (quién llevó la verdad al mayor de los extremos) convivía cotidianamente con él. Aunque todas o casi todas sus cavilaciones terminaban en el límite de su saco. Pensó por que Marx no usó este salvoconducto. Comentaba esta carta que se dejó llevar sin resistencia y no tuvo intención de salir por el lado de la muerte por mano propia, ya que todos nos habíamos propuesto este remedio.
La noche era límite, los sentimientos lo hacían sudar, llorar y los recuerdos no lo dejaban en paz y se decía así mismo:
"Si me vienen a buscar estoy totalmente decidido a suicidarme, no quiero ser humillado, dispondré de mi vida, soy libre y si me mato más libre aún. ¡Que intrusa es la muerte¡. ¡Cómo duele morir de a poco¡. Es como que me faltara chocar contra la eternidad y de un salto salir de escena. Sería como usar mi omnipotencia para huir de esta impotencia que me acorrala día a día".
Después de horas, saca uno de sus libros de San Agustín y busca luces para iluminar esta noche donde el hecho de ser perseguido a muerte, torna su búsqueda espiritual un sentido al sin sentido de morir.
Paul se escuchaba en San Agustín: "Qué dolor entenebrecía mi corazón; y todo lo que miraba era muerte. Y la patria me era un suplicio; y la casa paterna un horror extraño; y todo aquello que hube en común con él me era crucifixión atroz sin él. Mis ojos le requerían por doquier, y no me era dado; y odiaba todas las cosas porque no lo tenía y porque eran incapaces de decirme: "Espera, que vendrá", como cuando, en vida, estaba ausente. Yo mismo me había vuelto un gran interrogante para mí, y le preguntaba a mi alma por que estaba triste, y por qué me conturbaba tan fuertemente: y ella no sabía qué responder. Y cuando yo le decía: "Espera en Dios", con razón no obedecía: porque el hombre queridísimo al que había perdido era más verdadero y mejor que ese fantasma en el que se le mandaba esperar. Las solas lágrimas me eran dulces y había sucedido a mi amigo en las delicias de mi corazón (Confesiones IV, 4. San Agustín) " .
Era ya de madrugada, sentía cada palabra como una daga y notaba en una angustiosa realidad que percibía que la vida, su vida empezaba a dudar de sí misma. Esto lo paralizaba lo hacía muy vulnerable y por más católico que se sintiera le exigía a Dios que fuera su Esperanza. Pero todo terminaba en su interior cuando se tocaba el saco y notaba algo que lo haría regresar al Seno Materno, a la Madre Tierra, a esa oscuridad fetal, ese Eterno nacer que lo llevaría como una liviana semilla de Eternidad.
Navegando, como un marinero en medio de su propia tormenta, timoneando en una guerra que lo desfiguraría en su condición humana, se encontró una noche con Jesús que le decía: "Soy el camino, la verdad y la vida".
Esta experiencia al límite de toda vulnerabilidad, le trajo Paz, que tanto anhelaba. Se sintió que no estaba solo ni abandonado en medio de semejante guerra mundial. Percibía con más claridad que esta guerra, la cual él tanto combatió y de la que se sentía parte lo obligaba a una experiencia "espiritual".
Con suma crudeza experimentó ese Cristo roto y crucificado, como así ahora la noticia de la muerte de otro amigo, Walter, en el campo de exterminio nazi, sin que se opusiera a ese destino por la vía del suicidio. Le hizo comprender que no es lo mismo "matarse para evitar la cruz", que "evitar el sacrificio de la cruz". Esto ya no era en él una reflexión filosófica, era un recorrido personal y espiritual.
Esa misma noche, ya de madrugada, en el otoño parisino, sintió ese impulso que le dió mucho alivio y liberó su deseo. Tomó su chaqueta, introdujo suavemente su mano, pudo asir el frasquito de veneno, que lo acompañó por casi una década, se dirigió al tacho de residuos y lo despachó.
Ya sentado en el sillón del escritorio con gran alivio espiritual durmió profundamente, como hacía tiempo no lograba.
Esa misma noche se leía en sus escritos personales: "El hombre es el ser que puede darse muerte así mismo y que no debe hacerlo...". "Sé, que esta vida sobrepasa mis fuerzas, pero tu Espíritu Santo es el alimento en medio de este bravo mar". Acorralado, pero paradójicamente liberado, deseaba morir. Pero decía a imitación de Cristo: "Que se haga tu voluntad y no la mía". Y percibió un profundo cambio sobre la imagen que tenía de Dios, ya no era un amo, como el amo de un esclavo. Lo experimentaba como un Padre. Un Padre que lo amaba infinitamente y con una sabiduría infinita.
Nuestro amigo Paul comprendió en carne propia una de las paradojas más grandes del cristianismo al preferir el martirio al suicidio. Y ya no era que se negaba al suicidio por un cobarde apego a la vida, sino por que encontraba una beatitud extraña el hecho de seguir el ejemplo de Cristo.
El abandonar el frasco, lo liberó y lo identificó con Cristo de tal forma que podemos decir que Paul es un verdadero testigo del cristianismo. Antes de cerrar su libro de anotaciones personales, por la tarde, para dirigirse por última vez a la universidad, se leía: "..debo cargar con la cruz alimentada por una fuerza desconocida que viene del centro del amor divino. No debo matarme, por que no debo arrojar mi cruz...".
Apéndice.